sábado, 14 de abril de 2007

Yann Tiersen Vs. Yann Tiersen: Concierto en Santiago

Un jueves de Abril del año en curso, una larga fila para ver a uno de los músicos galos más importantes de los últimos tiempos: Yann Tiersen en Santiago, Chile.
Se sabía, de oídas casi, que el cabro ya no estaba en su clásica etapa de acordeón, piano y violín, sino que (osadía!) esgrimiendo una guitarra eléctrica. Con esa idea en la cabeza partí al recital. Y debo admitir que lo que fue presenciado fue mucho, muchísimo más que eso: Yann Tiersen debe ser una de las mejores bandas de rock contemporáneo francés, mucho feedback, mucha guitarra minimalista, mucha melodía enfrascada y, eternas, sublimes y poderosas, las notas de las Ondas Martenot poniendo el colchón necesario para no olvidar que estábamos en presencia de melodías. Incluso el violín era tragado por esta necesidad de volcar todo el arsenal de ruido posible, como si las notas fueran a extinguirse si no se tocaban desesperadas y poseídas.
Para muchos, creo, esto fue bastante shockeante; probablemente muchos esperaban la banda sonora de Ameliè Poulain. Pero Yann Tiersen estaba en contra de Yann Tiersen. Eso quedó más que claro en su versión del Vals de Ameliè: Potente, rockero, visceral, donde sólo se hacía reconocible gracias a la melodía bien cobijada por la Ondista.
Para mi, Yann Tiersen fue My Bloody Valentine, Sonic Youth, Joy Division -incluso versionó "All We Ever Wanted Was Everything" de Bauhaus. Es un tipo que está haciendo rock y muy buen rock. Y cuando vuelve a sus primeros pasos, lo hace con nostalgia pero también con un dejo de sarcasmo. Si vuelve o no a sus primeras andanzas, sólo él y el tiempo lo dirán, a mi me gustan ambas, como un buen y espectral todo.
Si quieren ver videos, vayan a YouTube; si quieren ver fotos, véanlas en Super45 o Google, no andaba con cámara.

lunes, 9 de abril de 2007

Compartir música, grabarte algo, mandarte una canción a tu correo...

Un personal estéreo es una contradicción; pero, como en nuestra vida se da eso de andar con las contradicciones, se deja pasar como quién ve tirar basura desde una micro o que te muestren imágenes sangrientas en la tele mientras se almuerza.
La música, al contrario que muchas propiedades, está hecha (un industrioso diría "diseñada") para ser compartida: subimos el volumen para que los demás escuchen, conversamos con desconocidos sólo por tener afines gustos musicales, aplaudimos en una masa anónima el ritual de escuchar lo que queremos oír; prestamos, regalamos, y nos son robados -o prestados "sin posible vuelta"- una cantidad no despreciable de música sólo para que el sendero se abra más y más: es un acto comunicativo sin palabras que, porque nos hace sentir tan bien, lo hechamos a perder hablando de ello. Lo traemos a colación, lo hablamos desde muchos ángulos para seguir diciendo que nos gusta, que nos atrae, y que, se puede decir, nos crea un ápice de bondad. Porque, se quiera o no, compartir, regalar y prestar son acciones que van quedando lejos, guardadas polvosamente en un maletín con clave.
Por eso es triste (por no decir absurdo) que exista gente que no preste su música, que no se la copie a otros, que desdeñe de bandas o compositores cuando llegan a un grado de popularidad. Emulando a ese gran tipo que es Armando Uribe; ¡¡Qué fea metáfora!!, porque hay pocas cosas más bonitas que estar con un montón de gente que probablemente nunca más vuelva a juntarse y estén en el ritual de la música disfrutando, codo a codo -o bien, silla a silla- en una unión extraña y emotiva que sólo pasa cuando se está en ese raro goce de sentirte bien con los demás y que se comparte algo en serio. Eso inefable que hace, que tiene, que despierta la música y que nos deja tan felices.