martes, 30 de enero de 2007

Concierto de audición para cátedra de órgano: Un fiasco



El órgano y, sobre todo, el órgano "de Iglesia" es, sin ninguna duda, un instrumento llamado a ser majestuoso. Desde su complejidad -sincronizar manos y pies-, hasta su estructura misma -esos tubos gigantes ornamentados con teclados grandes y diminutos- es un ente que despierta reverencia.
Atrapado por ese sentimiento muy razonable, me dispuse a visitar una hermosa iglesia capitalina para dar a mi sentido auditivo una clase de buen gusto. Se prometía J.S. Bach (¿quién si no para una obra para órgano?), algo de Telemann, Pachelbel, Zipoli, y cerraba este concierto el maestro para el que se audicionaba con un compositor, para mí desconocido, llamado Fletcher.
Tremenda, terrible fue mi decepción: los dos primeros postulantes ni siquiera parecían tener alguna noción rítmica, y, lo que fue peor, mantener en alto al menos la línea melódica principal (todos sabemos que el contrapunto barroco, bla, bla, bla; no nos vamos a poner a vernos la suerte entre gitanos). No pude determinar si era gente muy joven (difícil distinguir a alguien entre ese bello armatoste de tubos), o era gente de una patudez extrema, porque la situación bien parecía de esas clases de teclado Yamaha siguiendo el demo que poseen en su programa.
Al final, pensé que el maestro saldría del embrollo con alguna obra que nos sacara el amargo gusto de boca; en vez de ello, pareció dar cátedra de mal gusto y pirotecnia con un sinnúmero de acordes potentes y largos para una "toccata" que, en mi humilde parecer, no aportó nada ni supo entregar lo delicado y maravilloso de ese grandioso instrumento.
Una pena absoluta; lo raro es que la gente siempre aplaude, como si fuera una convención que porque alguien termina de tocar, hay que aplaudir. Sin siquiera cuestionarse si gustó o no. No puedo darme esas gratuidades.

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