miércoles, 3 de enero de 2007

Don't ever go -or listen to- Downtown

Mis disculpas por el -again- gringazo; ocurre que reflexiono en la música que genera algo tan tóxico e inicuo como el centro de alguna ciudad. Aparte, todo esto, de la nocividad que posee per se, el centro de, por ejemplo, Santiago. Y es que esa majamama, ese pastiche sonoro que se produce en la columna vertebral misma del centro, léase lo adyacente a la plaza de Armas, es absolutamente pérfido, hostil y maligno. Tenemos las bandas evangélicas (rastrojos del Anabaptismo) sonando más decadentes con el mismo lo-fi. Metros más alla, la infal(r)ta(nte)ble banda de chinchineros auspiciando el robo de quienes quedan embobados; un muchacho, con pocas clases de violín en su cuerpo, le saca sonidos al susodicho en una apartada salida del subterráneo locomotivo. Súmenle a esto la, consabida, música del momento en parlantes añejos y saturados que crea una fiesta de la que nadie desea participar, obligada a sonar para matar al silencio que, de nacer, crea algo más inhóspito y horrible: el encuentro con la existencia misma, con el respirar de nuestro cuerpo, algo que nuestro sistema neoliberalista de mercado intenta tapar a toda costa.
La música del centro es violenta, pasajera, animal, pero, por sobre todo, sofisticada en el punto más primigenio de su concepción: es engañosa, va tapando, disimulando, envolviendo lo horrendo, horripilante y tétrico de un mundo que usa como excusa la música para velar el secreto de una vida obscura y llena de recovecos pútridos, lentamente conspirando con la sensibilidad de su hermana primigenia, saludable, prístina y loable que es la verdadera música; y no este engendro veleidoso y engañoso. Nunca escuchen al centro de una ciudad.

No hay comentarios: